Cuando los conflictos regionales como el de Venezuela alcanzan un carácter global, la situación se torna alarmante. Y no es que no lo haya sido, la crisis económica de ese país que se traduce en un complicado panorama de sobrevivencia (con lo mínimo) cotidiano para millones de venezolanos que tienen que vivir con lo que hay, o bien, se ven en la penosa necesidad de migrar a donde sea, hacen de del problema una ecuación difícil de resolver. Al respecto, pienso que los efectos de esto alcanzan a nuestro país en tres dimensiones. La primera radica en el impacto, de lo que en el país sudamericano acontece, en la política exterior de México que se refugia en los principios de la misma (artículo 89 constitucional, fracción 10). En este tema, estoy seguro que mientras más se agudice el conflicto, más será la presión por parte Estados Unidos, pieza importante en la ratificación del nuevo T-MEC, y de una gran cantidad de países pertenecientes al Grupo de Lima a que México tome cartas en el asunto. El desgaste para nuestra diplomacia, es, dese mi punto de vista, innecesario. No se puede defender lo indefendible, claro, siempre y cuando no se quieran replicar algunas de las medidas bolivarianas en nuestro país. El principio de no intervención significaría curarnos en salud.
La segunda dimensión está interconectada con la política internacional y el cambio de fuerzas entre los actores hegemónicos y emergentes en el concierto global. En Venezuela se está jugando un nuevo mapa geopolítico que le dará la pauta a Rusia y a China de recorrer sus fronteras a través de su presencia en Venezuela y de esta forma disuadir a Estados Unidos y sus aliados del Tratado del Atlántico Norte (OTAN por sus siglas en inglés) de emprender algo parecido en Europa Central. Algunos países en esa región han manifestado su intención de unirse a la Unión Europea (UE) como ya lo han hecho por ejemplo Polonia, Estonia, Lituania y Letonia. El siguiente paso natural sería adherirse a la OTAN. Es un hecho de que Rusia de ninguna manera permitirá esto. Un síntoma del enojo ruso es precisamente sus acciones geoestratégicas en Ucrania y Siria. Por su parte, China, con un perfil más bajo por medio de su diplomacia del yuan vía la nueva Ruta de la Seda, que, dicho sea de paso, acaba de llevar a cabo su segunda edición en Beijín, ya ha convencido a algunos países como Perú, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Chile, Bolivia, Costa Rica, Cuba y Panamá en la región de sumarse a la misma. La pregunta es si México se sumará a ello. No lo creo.
La tercera dimensión tiene que ver con el aumento de los precios de los hidrocarburos por la incertidumbre de lo que llegará a pasar con el suministro de crudo venezolano al mundo, lo que en un primer momento beneficiaría a nuestro país con el aumento de los ingresos por concepto de la alza del petróleo mexicano en el mercado spot, empero a ello, también lo afectaría con la subida de los combustibles y por ende en el incremento de los costos de los procesos productivos y en las cadenas de valor de una gran cantidad de empresas exportadoras (manufactureras) que son el corazón de la relación con Norteamérica y que gracias a la guerra comercial (aún no resuelta) entre China y los Estados Unidos se han beneficiado ya sea en la proveeduría o sustitución de importaciones provenientes de China de empresas estadunidenses. Este hecho fortuito del comercio internacional ha convertido a México, en el primer trimestre del año, como el principal socio comercial de los Estados Unidos. Como vemos, lo que está en juego en Venezuela rebasa el ámbito local y regional convirtiendo el conflicto en uno de carácter internacional que bien podría ser explicado por el padre de la Geopolítica en México, Leopoldo González Aguayo, como un incidente geopolítico global. Esperemos que el gobierno mexicano considerando estas tres dimensiones de afectación de sus intereses nacionales actuando en tiempo y forma.
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